Ketamina en salud mental: el aporte de la anestesiología en una nueva esperanza terapéutica

Durante años, los anestesiólogos hemos trabajado con ketamina en entornos quirúrgicos y críticos. Su eficacia como anestésico disociativo, su perfil seguro en pacientes con compromiso cardiovascular, y su potencial analgésico, la han convertido en una herramienta confiable en nuestro arsenal clínico. Pero hoy, esta molécula conocida en quirófanos está abriendo un nuevo camino en un área que exige innovación urgente: el tratamiento de los trastornos del ánimo resistentes.

En los últimos 20 años, múltiples estudios han evidenciado que la ketamina, administrada en dosis subanestésicas (habitualmente entre 0.5 y 1 mg/kg, IV en infusión lenta), puede producir una rápida mejoría de los síntomas depresivos, incluso en pacientes con depresión mayor resistente a otros tratamientos. Un estudio pionero publicado en Biological Psychiatry (Zarate et al., 2006) mostró efectos antidepresivos significativos en tan solo 24 horas tras una sola infusión. Desde entonces, la literatura ha crecido exponencialmente, respaldando tanto su eficacia como su seguridad cuando se administra en entornos clínicos adecuados.

Lo que diferencia a la ketamina es su mecanismo de acción: a diferencia de los antidepresivos clásicos que actúan sobre la serotonina o la noradrenalina, la ketamina modula la neurotransmisión glutamatérgica a través del receptor NMDA, favoreciendo la plasticidad sináptica. Este efecto neurobiológico se traduce en una restauración funcional más rápida en muchas personas, lo que puede ser determinante en pacientes con riesgo suicida o sufrimiento emocional intenso.

Desde nuestra disciplina, los anestesiólogos tenemos una oportunidad única: contribuir directamente al abordaje de la salud mental, poniendo a disposición nuestros conocimientos en farmacología, monitorización avanzada, manejo del dolor y atención segura de pacientes vulnerables.

Pero más allá del rol técnico, se trata también de comprender que la depresión resistente no es solo un diagnóstico: es una experiencia humana compleja que puede afectar profundamente la calidad de vida, el sentido de propósito, e incluso la voluntad de vivir. Como médicos, no podemos ser indiferentes ante esto. La ketamina no es una cura milagrosa, pero sí una herramienta que —cuando se usa de forma ética y compasiva— puede ofrecer alivio a quienes ya han perdido la esperanza en otros tratamientos.

La administración de ketamina para fines psiquiátricos debe realizarse en un contexto interdisciplinario. Clínicas especializadas en EE. UU., Canadá, Europa y América Latina están implementando modelos de atención donde psiquiatras, anestesiólogos, psicólogos y personal de enfermería trabajan en conjunto. Este enfoque no solo mejora la seguridad, sino también la eficacia del tratamiento, al integrar el componente biológico con el acompañamiento emocional y psicológico.

Referencias clave como la revisión de Singh et al. (Am J Psychiatry, 2016), o las guías clínicas de la APA (American Psychiatric Association, 2021), reconocen la evidencia existente, al tiempo que llaman a la prudencia y al seguimiento estricto de protocolos clínicos estandarizados.

Como anestesiólogos, tenemos la responsabilidad de participar activamente en esta evolución, aportando no solo desde la técnica, sino desde una visión centrada en la persona. El conocimiento que por años hemos desarrollado en contextos quirúrgicos puede hoy ser parte de un camino terapéutico que transforme vidas desde lo emocional, lo afectivo y lo humano.

Estoy convencido de que el futuro de la medicina será cada vez más interdisciplinario. Y nosotros, como especialistas, tenemos mucho que aportar más allá del quirófano.


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